¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE BARRIO?

 TRES DERIVAS LITERARIAS EN BUSCA DE ESE LUGAR COMÚN

            Prolegómenos al concepto

Más allá de cualquier definición absolutista como las que pululan en los pasillos de las instituciones públicas: ‘‘… el barrio es un área urbana de atención especial o área urbana geográficamente diferenciable mayormente destinada a residencias habituales…’’, etcétera. Iniciamos, por el contrario, reconociendo que no existe una definición exacta a propósito de qué es o qué conforma un barrio. Respetamos, en pocas palabras, el problema complejo que circunda cualquier ‘‘definición’’ del mismo y no nos consideramos aptos para resolverlo.

Alunizaje en la literatura

Con esta licencia, recurrimos a la literatura para rastrear con mirada atómica la manera en que aparece ‘‘el barrio’’ en ella: cómo se habla en las calles, cómo se describen las casas, cómo se crea el ambiente de las tiendas, cómo se sienten los peligros de las canchas, cómo se descifran los códigos ocultos de los parches, los orgullos silenciosos de los estratos altos, la profundidad o nimiedad de los temores, los contrastes…

Derivamos, en consecuencia, por tres cuentos colombianos, deambulando entre los recovecos de sus secuencias narrativas, husmeando por los malecones altísimos de sus cronotopos más fugaces, flotando a través de los teleféricos meta diegéticos que los acercan a la poesía de lo cotidiano y lo desapercibido. Derivando en ellos, por ellos y entre ellos encontramos una tendencia centrada en el barrio que es  recurrente en la literatura contemporánea. En esta tendencia el barrio tiene un crecimiento y enraizamiento hacia lo seminal, por ser el lugar a partir del cual se desatan y se contienen las acciones, invisiblemente creadas y controladas por él mismo. Así, el barrio parece un ecosistema onicofágico que devora compulsivamente sus uñas para que, paradójicamente, le sigan creciendo, para proteger, en otras palabras, su propia vida. Nosotros, sencillamente, vendríamos siendo los restos triturados que salen de su boca.



Deriva política: dos barrios, dos ciudades.

Uno de los textos que escudriñamos hace parte de 35 muertos, libro del escritor bogotano Sergio Álvarez. Este relato inicia con la cita musical: ¿a quién, a quién no le gustaría eso? de autoría de Miguel Rodríguez y Alfonso Bello (datos que se incluyen al final del libro con un listado de temas y compositores, hecho que cabe resaltar ya que todos los relatos están titulados con letras de canciones). Aquí, el barrio, o mejor, los barrios son protagonistas del contraste entre geografías distintas, tanto espacial como económicamente: en una dirección está el barrio San Jorge, El Lucero Alto, El Lucero Bajo, La Estrella, Meissen y, en su antípoda existencial, las imponentes casas conservadas de El Chicó, eternas con su arquitectura entre colonial y republicana con la que aún logra remover cierta impresión de ser un esfuerzo exagerado, pero inservible.



En esta ruptura estructural, el bloque básico de la cohesión al territorio se da por la capacidad de los personajes para seguir sus reglas, es decir, por su capacidad para identificar los movimientos internos de cada barrio y actuar conforme a sus pulsaciones. Guiados por un narrador omnisciente focalizado en el protagonista -un niño de siete años que acaba de quedar huérfano y del cual no se conoce el nombre- el lector discurre por la vida de militantes políticos adscritos al Movimiento Obrero, Revolucionario e Independiente (MOREI): de la mano de su tía Cristinita, el niño recorre Bogotá desde la calle 45 donde trabaja ella, pasando por las invasiones de la loma por donde camina para volver a casa, hasta llegar a la exclusividad del Norte de la ciudad, donde lo recibe Felipe, el amigo de Cristinita y nieto de un ex presidente. A través de las emociones que le causa cada calle, cada casa, cada ‘‘vecino’’ con el que se cruza, el relato construye a su vez una ‘‘cartografía emocional’’ de los diferentes barrios de la urbe.

Se comprueba entonces que los barrios no son solo espacios físicos: también se arraigan como urdimbres invisibles en el aire para que cada sector adquiera algo del carácter y de las cualidades de sus habitantes. Cada barrio se colorea inevitablemente con los sentimientos particulares de su población. En consecuencia, aquello que al principio solo era una simple expresión geográfica se transforma en una expresión cultural; es decir, en una expresión de barrio; es decir, en una localidad con su propia sensibilidad; es decir, en un entramado de relatos comunes e historias particulares que se multiplican. En este caso, el entramado relato de un niño huérfano, el heredero de un expresidente y la tía Cristinita, la convaleciente profesora que aún sigue esperándolos.


Canción ''A quién no le gusta eso'': https://www.youtube.com/watch?v=l4FsyXSiIl0
Canción ''A quién no les gusta eso'': https://www.youtube.com/watch?v=l4FsyXSiIl0

Deriva periférica: el billar como barricada de lo colectivo.

Los bares son el último recurso que la ciudad ofrece para escapar de ella misma, dijo, o dicen que dijo, alguna vez Eduardo Galeano. Y tal vez sea cierto, aunque el bar, ese bar al que se refiere Galeano, sea poco común en la historia de los barrios de Colombia, por lo menos, no tan fácil de ubicar en la mayoría de los barrios populares. Porque allí surgió un espacio diferente: allí, en los barrios, el bar realmente era la tienda: lugar donde se jugaba al mismo tiempo en la consola con botones y palanca de The King of fighters, se compraban huevos criollos al por mayor y al detal, y servía de escampadero para los vecinos que permanecían despiertos hasta las dos de la mañana, todos los días hábiles de la semana, mientras tomaban aguardiente y apostaban a las cartas mal acomodados sobre unos butacos chatos que servían tanto de mesa como de sillas.

Junto a la tienda aparece el billar como lugar predilecto para el encuentro de los jóvenes, tal como sucede en Los inseparables, cuento que hace parte de Bomba camará, la maravillosa obra del escritor caleño Umberto Valverde. En el relato compartimos una noche de aventura con el grupito de amigos más unido del barrio, razón por la cual se le ha denominado, desde el mismo título, como los inseparables: parche de cuatro jóvenes que protagonizan, a su vez, los otras historias reunidas en el libro.



La noche en cuestión transcurre justamente en el billar, donde se lleva a cabo una apuesta que está a punto de dirimirse con la última carambola del chico. La adrenalina, el riesgo, el temor, pero también la satisfacción, la exaltación y el éxtasis reina en todas las escenas: el lector flota en el ambiente del lugar a través de las descripciones hechas por un narrador omnisciente que todo lo percibe; también conoce el estado de ánimo de Ernesto -el encargado de tacar la última bola, aquella que lo llevará a la admiración o a la burla de todo el parche- a través de un monólogo interior que aparece entre los párrafos señalado con letra cursiva.

  El billar, como escenario constitutivo de una literatura barrial, es mucho más que un simple local de juego: es un espacio cargado de significados sociales y simbólicos. Por ejemplo, en el relato se muestra como un territorio masculino, donde los personajes —Ernesto, Eduardo, Alfredo y Óscar — se reúnen para socializar, competir y compartir códigos propios. Lejos de una posible mirada hegemónica que lo concebiría como un lugar para la vagancia, en Los inseparables el billar se muestra como un espacio casi de resistencia y sociabilidad donde se crean y mantienen lazos afectivos. Allí se cuentan historias, se negocian favores, se fortalecen alianzas y se transmiten saberes locales. O sencillamente se cuentan chismes sobre novias y otros desamores, como lo hacen estos protagonistas.

Por último, en términos narrativos, el billar como juego termina siendo refugio dentro del barrio, un momento propio donde rigen otros códigos estrictos, pero fundamentales, donde se gana o se pierde, donde se vive o se muere, donde se puede llorar o se disfruta, tal como les toca disfrutar en esta ocasión a los inseparables. Esta ambigüedad es la que termina convirtiéndolo en el escenario ideal para explorar las tensiones del barrio, consolidándolo, en definitiva, como un territorio ficcional lleno de solidaridad y de conflicto.


Deriva infernal: el barrio como tortura.

Contrario a la ‘‘ideología barrial’’ (la cual fue, desde la filosofía, fuertemente criticada por Henri Lefevbre) que glorifica al barrio identificándolo como la base de la vida social; donde las actividades y las conciencias se fusionan para crear una totalidad orgánica guiada por el sentido común, consolidando así una comunidad utópica donde todos sus habitantes se comprenden y apoyan entre sí… contrario a todo esto, se repite, la literatura muestra la cara maldita de los barrios en general, pero, particularmente, también la de los barrios de la Colombia del último siglo.  

Una muestra de esta vuelta de tuerca es La reina del barrio, relato incluido en Una ciudad llamada Bucaranada, libro del escritor bumangués Fabián Martínez. Con la mirada puesta en Magaly -gorda holgazana que no hace más que abotargar la vida del sumiso y leal Lisandro, su marido-, la voz narrativa va exponiendo frente al lector cómo su barrio -con grandes aportes realizados por ella misma- se caracteriza por ser un espacio de tensión cotidiana, de alerta constante ante cualquier ataque. Este barrio, al no tener nombre, puede ser cualquier barrio de Bucaramanga, de Medellín, de Barranquilla. Una tierra fértil donde afloran ciertas dinámicas de odio como la malicia, la inseguridad del robo y las violentas peleas entre los cohabitantes.

 La malicia se encarna en Ruth, otra holgazana vecina, que le insinúa una infidelidad por parte de Lisandro, insinuación que se desmiente al final del relato. De la inseguridad social llegan noticias con el robo perpetuado contra Don Luis, todo por quitarle pingos cinco mil pesos. Y la violencia física llega por parte de el barrio en general, pues no fue una persona en particular quien le arrojó huevos y tomates por la cara, sino que todo, las patadas, los escupitajos y los puños que cayeron sobre ella salieron de todo un cerco agitado que la rodeaba y en el cual era imposible distinguir a nadie, aunque tampoco fuera necesario, porque todos sabemos que el cerco agitado son sus vecinos. Un cerco agitado que la rodeaba, una definición perfecta para lo que es o también puede llegar a ser un barrio. 


En síntesis, la envidia, la inseguridad y los conflictos vecinales en los barrios populares son expresiones lógicas del pasado, el presente y el futuro de lo que representa un barrio (aunque a veces quisiéramos no reconocer tales expresiones). Hacer zoom, pues, sobre estas dinámicas desde una perspectiva crítica no implica justificarlas, sino evitar recreaciones simplistas que estigmatizan a quienes viven en estos barrios sin avistar los entramados sociales de fondo, lo cual es una condición necesaria para la literatura.  


Para cerrar el círculo

Retornamos de estas derivas con la idea, la imagen y la experiencia literaria de un entramado de trayectorias que conforman un espacio, un lugar denominado barrio, caracterizado por el hecho de compartir con otros que viven o residen en proximidad geográfica ciertos aspectos de la vida cotidiana y sus espacios asociados. La impresión amplia del barrio como conflicto y con ello la posibilidad de negociación. La posibilidad de la construcción de un sentido colectivo en el barrio, la posibilidad de compartir ciertos aspectos de sentido, de valores, de historia, de tradiciones, de organización y de apuestas políticas sobre el cómo y el por qué es, o podría ser, la vida. Así, el barrio rompe sus fronteras y permea todos los ámbitos de la existencia colectiva. Esta visión local del barrio es global, pero todo lo global está interceptado en algún punto por lo local, y ahí radica su coyuntura.



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