¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE CIUDAD?

LA CIUDAD COMO PERSONAJE INVISIBLE EN LOS CUENTOS DE JOSÉ FÉLIX FUENMAYOR 

        INTRODUCCIÓN: UNA CIUDAD ES CUALQUIER CIUDAD

     Como es bien sabido, la ciudad —cualquier ciudad— no es tan sólo un lugar geográfico, un territorio urbano. Es también un espacio literario, un ámbito en el que se funden el mito, la invención y la realidad. No en vano las ciudades las construyen también los escritores, los novelistas, los dramaturgos y, desde luego, los poetas. Son ellos los que las crean, configuran y remodelan, libro tras libro y siglo tras siglo, en el imaginario colectivo de las gentes. Dice la filósofa española María Zambrano que “una ciudad sin escritores queda vaciada de su esencia de ciudad, y aparece como un complejo aglomerado, como algo que puede cambiarse, transmutarse o desaparecer sin que su vacío se note. Una ciudad sin escritor —añade— es un templo vacío, una plaza sin centro, o quizá con el centro desplazado y puesto al margen, esquinado, para dejar su lugar, todo el lugar, a algo cuyo nombre no está siquiera bien catalogado, algo para lo que, en realidad, no hay palabra”. De hecho, podemos pensar que si los hombres no escribieran no existirían las ciudades. El nacimiento de la ciudad está ligado, de alguna manera, a la invención de la escritura, y su posterior crecimiento y desarrollo es inseparable de la evolución de la épica, que es un género narrativo, y, posteriormente, de la novela. Y, a este respecto, no parece casual que el título del primer gran poema épico griego, la Ilíada de Homero, derive de Ilión, que es otro nombre de la ciudad de Troya, así llamada por Ilo, su fundador legendario.

        La ciudad es, por otra parte, un texto que no se acaba nunca de escribir y no dejamos nunca de leer, un territorio en el que se entrecruzan la invención y la memoria. La ciudad es en sí un gran relato, una novela de novelas, una tupida red de narraciones que se entrecruzan y se bifurcan, un gran símbolo, una creación autónoma de la imaginación, un hipertexto al que se vinculan infinitos textos, como el famoso libro de arena de Borges, un palimpsesto sobre el que escribimos una y otra vez las mismas historias y metáforas, siempre renovadas y distintas. En el subsuelo de toda ciudad hay, además, una ciudad oculta y sumergida, una ciudad onírica y subconsciente, en espera de que un escritor la redescubra y la haga aflorar. Por eso, más que de materiales de construcción, la ciudad está hecha de la materia de los sueños, los delirios y las pesadillas. La ciudad es, de hecho, la representación del alma colectiva, la encarnación de nuestros miedos y deseos, y no tan sólo el marco o decorado en el que se desenvuelven nuestras vidas. Su compleja y variada topografía es, en realidad, un reflejo de nuestro agitado y confuso mundo interior, con todas sus grandezas, miserias y contradicciones. Para el filósofo de origen español George Santayana, “las ciudades son como un segundo cuerpo para la mente humana”. Un cuerpo colectivo y unificador, podríamos decir, para las numerosas almas que la pueblan y, eventualmente, la visitan.

La ciudad también como desierto o como jungla para el hombre moderno. Frente al mito de la ciudad como espacio de libertad y de la razón, está la concepción de la ciudad como laberinto, como red de lazos y de trampas, como lugar de explotación, de exilio y de fracaso, como cárcel, como cementerio, como gran manicomio o como inmenso campo de concentración. Pero, más que un tema o un motivo o un escenario, algunas ciudades son en sí mismas un género literario, un espacio simbólico sobre el que el autor proyecta su memoria y reescribe su propia vida, de tal manera que la topografía se hace autobiografía y se convierte en una especie de espejo virtual. De hecho, hay escritores que han logrado una simbiosis tan perfecta con su ciudad natal o de adopción que ya no es posible mencionar a uno sin evocar inmediatamente a la otra. Baudelaire y París, Kafka y Praga, Joyce y Dublín, Pessoa y Lisboa, Cavafis y Alejandría, Unamuno y Salamanca… forman, en efecto, una pareja indisoluble, unida para siempre por obra y gracia de la literatura.

Y es que, en cada ciudad, hay, amalgamadas, una ciudad exterior y una ciudad interior, una ciudad visible y una ciudad invisible, una ciudad histórica y una ciudad mítica, una ciudad real y burguesa y una ciudad imaginaria y utópica, una ciudad empírica y una ciudad virtual, una ciudad de piedra, hierro, cristal y hormigón y una ciudad de tinta.

LAS CIUDADES INVISIBLES



En el prólogo de aquella obra monumental, homónima a este subtítulo, Italo Calvino agrega un nuevo lente para escudriñar las ciudades en la literatura, y se trata de la posibilidad de su inexistencia, su imposibilidad de ser unificada, su incapacidad de generar lo mismo en quienes la conocen; la conocida maldición de ser siempre ciudades intangibles, siempre deformadas, imaginadas por separado por parte de cada uno de sus habitantes.

En Las ciudades invisibles no se encuentran ciudades reconocibles. Son todas inventadas; he dado a cada una un nombre de mujer; el libro consta de capítulos breves, cada uno de los cuales debería servir de punto de partida de una reflexión válida para cualquier ciudad o para la ciudad en general.

Las ciudades son las emociones que te generan: Así en los últimos años llevé conmigo este libro de las ciudades, escribiendo de vez en cuando, fragmentariamente, pasando por fases diferentes. Durante un período se me ocurrían sólo ciudades tristes, y en otro sólo ciudades alegres; hubo un tiempo en que comparaba la ciudad con el cielo estrellado, en cambio en otro momento hablaba siempre de las basuras que se van extendiendo día a día fuera de las ciudades. Se había convertido en una suerte de diario que seguía mis humores y mis reflexiones; todo terminaba por transformarse en imágenes de ciudades: los libros que leía, las exposiciones de arte que visitaba, las discusiones con mis amigos.

 En consecuencia, las ciudades, ese largo o corto listado de ciudades que hemos conocido, que quisiéramos conocer, no es más que el inventario pormenorizado, al mismo tiempo tangible e imaginario de emociones que queremos experimentar, tal como lo expresa Calvino a continuación:

Esta vez, desde el principio, había encabezado cada página con el título de una serie: Las ciudades y la memoria, Las ciudades y el deseo, Las ciudades y los signos; llamé Las ciudades y la forma a una cuarta serie, título que resultó ser demasiado genérico y la serie terminó por distribuirse entre otras categorías.

Durante un tiempo, mientras seguía escribiendo ciudades, no sabía si multiplicar las series, o si limitarlas a unas pocas (las dos primeras eran fundamentales) o si hacerlas desaparecer todas. Había muchos textos que no sabía cómo clasificar y entonces buscaba definiciones nuevas. Podía hacer un grupo con las ciudades un poco abstractas, aéreas, que terminé por llamar Las ciudades sutiles. Algunas podía definirlas como Las ciudades dobles, pero después me resultó mejor distribuirlas en otros grupos. Hubo otras series que no preví de entrada; aparecieron al final, redistribuyendo textos que había clasificado de otra manera, sobre todo como «memoria» y «deseo», por ejemplo Las ciudades y los ojos (caracterizadas por propiedades visuales) y Las ciudades y los intercambios, caracterizadas por intercambios: intercambios de recuerdos, de deseos, de recorridos, de destinos. Las continuas y las escondidas, en cambio, son dos series que escribí adrede, es decir con una intención precisa, cuando ya había empezado a entender la forma y el sentido que debía dar al libro. A partir del material que había acumulado fue como estudié la estructura más adecuada, porque quería que estas series se alternaran, se entretejieran, y al mismo tiempo no quería que el recorrido del libro se apartase demasiado del orden cronológico en que se habían escrito los textos. Al final decidí que habría 11 series de 5 textos cada una, reagrupados en capítulos formados por fragmentos de serie diferentes que tuvieran cierto clima común. El sistema con arreglo al cual se alternan las series es de lo más simple, aunque hay quien lo ha estudiado mucho para explicarlo.

        LA CIUDAD LATINOAMERICANA



        José Luis Romero, en Latinoamérica, las ciudades y las ideas, cuenta cómo, a partir de la segunda mitad del siglo XX, de forma generalizada, las ciudades latinoamericanas ‘‘comenzaron a experimentar nuevos cambios, esta vez no solo en su estructura, sino también en su fisonomía’’  (247; 1976). Se refiere con ‘‘estructura’’ a la organización social de las personas: los viejos linajes de poder y los nuevos grupos relegados, casi todos se vieron alterados. Mientras que con ‘‘fisonomía’’ hace referencia a la arquitectura: las nuevas construcciones materiales que se llevaron a cabo en el interior de las ciudades.

            En el caso colombiano, especialmente de Barranquilla, dice que, dada su condición portuaria, fue la ciudad que más progresó acaparando cada vez más el tráfico internacional, convirtiéndose así en la llave de navegación del Magdalena, imponiéndose incluso a otras ciudades portuarias como Santa Marta y Cartagena. Además agrega Romero que, a diferencia de estas dos últimas urbes, en Barranquilla, se generó y afianzó una ‘‘burguesía de origen cosmopolita y advenediza que promovió su desarrollo’’ (253; 1976). En cuanto a su fisonomía dice que ‘‘Nada en ella recordaba el pasado colonial, como sí lo recordaban las murallas de Cartagena’’ (253; 1976).

            EL GRUPO DE BARRANQUILLA



Por otra parte, la creación y consolidación histórica en Barranquilla sí parece tener su símil en la narrativa corta colombiana, con un escritor nacido en esta misma ciudad en el año 1885, cuyos cuentos fueron publicados por primera vez en 1967, dos años después de su muerte, bajo el título de ‘‘La muerte en la calle’’. José Félix Fuenmayor, a quien hacemos referencia, fue uno de los fundadores de El grupo de Barranquilla quien, en un artículo publicado en El heraldo por el joven Gabriel García Márquez, ‘‘era un gran cuentista, aunque resulta difícil explicar por qué’’ (Mayo 27, 1957).

Se hace mención de José Féliz Fuenmayor, de quien ahora, dando una posible explicación a la duda de García Márquez, se puede decir que era una gran cuentista en tanto que, a diferencia de la tendencia seguida por gran parte de escritores de su época, se forzó por dejar testimonio, vivo y creativo, del origen y de las características de la ciudad y sus ciudadanos.

En este sentido, el objetivo del presente texto es hallar y mostrar la fisonomía de esa ciudad naciente en las que transcurren los cuentos de Fuenmayor y el tipo de ciudadanos -a quienes se denominaran inmigrantes o transeúntes según sus características- quienes formaron y fueron formados por la ciudad, desde su punto de vista ficcional que ofrece la literatura.

        ESTRUCTURA Y FISONOMÍA

       Retomando el concepto de fisonomía de ciudad, es decir sus construcciones, su arquitectura, son varios los cuentos en que se encuentran, además de enunciaciones propiamente hechas con la palabra ‘‘ciudad’’, también varias alusiones a espacios que ya se pueden considerar urbanos. Las primeras páginas de ‘‘Un viejo cuento de escopeta’’, narran lo siguiente: ‘‘Petrona, la mujer de Martín, llegaba a la ciudad:- el poblado con sus moradores, anticipándose a la realidad que un día debía ser la que llamaban ciudad-.’’ Y líneas más abajo, continúa: ‘‘Ante una casa grande, de paredes de ladrillos y techo de tejas, el guía se detuvo’’ (63; 1973). De lo cual se puede deducir un primer elemento de las ciudades: las casas. A diferencia de las rurales, como la descrita en ‘‘Sabanilla, un pueblo fantasma’’ de Cepeda Samudio, las casas rurales no se hacen con ‘‘tapia pisada’’ sino con paredes de ladrillos y techo de tejas, con lo que, evidentemente, se consolida en la ciudad una imagen de fortaleza, de solidez que no se percibe en el campo.



Pero no solo de casas se compone la ciudad. Al finalizar ‘‘Utria se destapa’’, el protagonista, al salir de la oficina a donde debía ir para que le pagaran el sueldo, se desvía del camino de regreso a la finca y se encuentra con lugares enteramente desconocidos. En palabras del autor:

De este modo llegó a un paraje maravilloso que le pareció la materialización de un sueño. Detenido en una esquina alta, a dos metros del piso de la calle, contempló a sus pies la plaza principal, con su iglesia y su parque; y los preparadores de refrescos enfrentados a sus tenderetes; y los proveedores de frutas estancados con sus carretillas; y las vendedoras de dulces sentadas con su chazas sobres las piernas, y los consumidores sedientos, hambreados’’ (61; 1973)

            En este pasaje, con la frase ‘‘a dos metros del piso’’ se insinúa la presencia ya de un pequeño edificio, diferentes a las casas de una sola planta del campo, desde donde Utria observa elementos de un pasado colonial –la plaza, la iglesia y el parque- que se están transformando en otra cosa, pues se encuentran atiborrados de gente, que carga con los elementos comerciales típicos de una ciudad, o como dice José Luis Romero, ese mundillo que creció en las ciudades, como casas de negocios al por mayor y de tiendas para ventas al menudeo. (249; 1976)

            En consecuencia, como se puede observar hasta este punto, la ciudad no es solo fisonomía, no es solo sus construcciones, si no también quienes las llevan a cabo y a continuación las habitan. En palabras de Luz Mary Giraldo:

La ciudad no es solo una retahíla de edificaciones. La ciudad se desprende de sus espacios, es generada por las actitudes y comportamientos de los ciudadanos, así como ella también genera actitudes y comportamientos que definen a los ciudadanos’’ (2004; xi)

Con lo anterior se da pie para observar la estructura social de la ciudad, o sea, las características de los ciudadanos que la componen. En primer lugar, los inmigrantes, quienes por definición son los que inmigran, los que llegan a nuevo lugar y se establecen en él (RAE). De este tipo se encuentran muchos y variados ejemplos en la cuentística de José Félix Fuenmayor, entre ellos los personajes de los cuentos ya citados: ‘‘Viejo cuento de escopeta’’ y ‘‘Utria se destapa’’. En el primero, Petrona y Martin son una pareja de viejos que han vivido toda la vida en el campo y que, cansados de tantos años de trabajo, deciden vender todas sus tierras e ir a pasar sus últimos años holgadamente en la ciudad. En el segundo, el caso de Utria, el personaje-narrador, es bastante parecido: él es un campesino que, de tanto ir a la ciudad, ha desarrollado el deseo de vivir y trabajar allí, de hablar como allí hablan, se siente, en fin, con el deseo de ser allí aceptado.

        EL INMIGRANTE Y EL FLâNEUR

       Respecto a los inmigrantes cabe resaltar las diferentes imágenes que la ciudad representa por y para ellos: como metafóricamente queda demostrado, es un motor comercial, promesa de un mundo nuevo y desconocido donde alcanzarán el mejoramiento económico y cultural, como para Utria, o, en el caso de Petrona y Martín, más que una promesa de mejor vida, es sinónimo de indiferencia, la ciudad es, simplemente, un lugar donde uno puede ir a morir.

Por otra parte están los ciudadanos transeúntes, los que andan por la ciudad, quienes ya la habitan, bien porque nacieron en ella o porque llegaron hace tiempo atrás. De este hay varios tipos y también son varios los ejemplos que se pueden hallar en los cuentos de Fuenmayor. Se analizarán dos sobresalientes. El primero: el transeúnte del vacío, como lo define Luz Mary Giraldo. Es aquel personaje que recorre las calles de la ciudad, sus lugares amados o temidos, encontrando soledad o degradación, vive en una rutina diaria de peligros y horrores. Es, en palabras de la autora: ‘‘un ser que vive un exilio interior, un vagabundeo sin nostalgia, una realidad sin utopía, desamparado, tránsfuga o errante’’ (161; 2004) Hay un personaje que se adapta muy especialmente a este concepto y es el del cuento que da título al libro de cuentos, es decir, el narrador de ‘‘La muerte en la calle’’. Él es un indigente que vaga por las calles de la ciudad, con la única esperanza de encontrar algo de comer, con cuidado de no ser mordido por los perros, al tanto de que no lo encuentren los muchachos y lo golpeen, sin deseos de ser más de lo poco que es, dispuesto a morir sin oposición, tal como al final le sucede.

            Por último se encuentra el transeúnte sobresaliente. En palabras de Luz Mary Giraldo:

''...es aquel que vagabundea por sitios selectos, dando una visión de conjunto, ensimismados en escenarios colectivos, como cafés, espacios públicos, cines, en fin, es un ser que se muestra como vitrina, como una representación de algo más...'' (160; 2004)

            Esta definición empalma con el protagonista de ‘‘La muerte en la calle’’. Es lo que bien podría llamarse un joven flâneur, El flâneur es una categoría fundamental en la obra de W. Benjamin (1892-1940), que le sirvió para analizar la nueva figura que emergió en la vida moderna parisina: los literatos o escritores de folletines. De este modo, el flâneur era un personaje característico del siglo XIX. Era el sujeto desocupado que paseaba ociosamente por las galerías arrojando una mirada anónima a los múltiples aspectos de esa cultura. Pero no todos conservan un andar “ocioso”. El flâneur observaba y callejeaba, recogiendo el material que luego plasmaría en las obras literarias que realizan los escritores de boulevard y que se constituyen en un medio de vida (folletines para venderlos en el mercado).

Así vemos al protagonista narrador de La muerte, el cual si bien no escribe lo que observa y encuentra e sus vagabundeos, sí se dedica a recorrer las calles, entablando relaciones amistosas con los conciudadanos pero también relaciones de cuidado y precaución, porque la ciudad, como se ha dicho, no solo es un paraíso sino también un infierno; nunca es igual para todos los que la habitan, siempre cambia según la perspectiva de quien la enfrenta. Así se consolida ambiguamente como el ser que más conoce la estructura social y la fisonomía de la ciudad, al mismo tiempo que adquiere la mirada del inmigrante, del turista que siempre ve todo con ojos nuevos, que hace un descubrimiento cada cinco minutos y que, ante la sorpresa y el desconocimiento de lo que descubre, siempre está en estado de alerta.

        A MODO DE CONCLUSIÓN

    ¿Por qué relacionar la literatura con las ciudades, la naturaleza o el paisaje?, ¿Por qué tomar los textos como herramientas de lectura de la realidad urbana? ¿Por qué no? Los autores y sus cuentos aquí comentados a través de sus obras literarias (en momentos distintos), nos tratan de acercar la sensibilidad de otra ciudad, que no queremos ver o que no podemos ver. La ciudad que el flâneur describía era una ciudad que pareciera que estaba escondida, y que ellos descubren para ponerla nuevamente en escena. Se inicia la lectura de la ciudad desde la nostalgia, desde empezar a ver cómo se plasma una ciudad de carácter heterogéneo, en la cual encontrar la identidad que nos represente. Por supuesto que este proceso de construcción de identidad se va gestando en una sociedad que debe aceptar sus orígenes y que esa diversidad empieza a buscar su espacialización en la ciudad.

La ciudad va cambiando de dueño, aunque sea por unas horas. Vemos cómo en el espacio conviven diferentes escenarios; de los protagonistas que salen a escena no todos tienen el papel protagónico, muchos de ellos son extras, pero pelean desde su lugar de la cotidianeidad (venta ambulante), en la que empiezan a realizar nuevas realidades de resistencia.



La literatura permite comprender y determinar la incidencia de factores sociales, culturales y afectivos que corresponden a la regulación del individuo dentro de un núcleo social, modificando la concepción de espacio y evidenciando las percepciones espaciales como reflejo de la cultura en la cual se desarrollan los sujetos en general. La literatura es un tipo especial de saber. Mediante ella, podemos obtener información y conocimiento sobre un determinado espacio geográfico. La geografía a través de la literatura nos permite reinstalar signos, imágenes o símbolos; es decir, nos permite identificar, desenmascarar, revisar y decodificar la realidad.

Los autores a través de la literatura, con sus diferentes obras y estilos, intentan plasmar en papel la otra ciudad, la que la cotidianeidad, la vorágine y la superposición del espacio y el tiempo nos terminan diluyendo. Y muchas veces, en la jornada diaria, sufrimos tan contradictorios estímulos que, a semejanza de la ciudad que habitamos (fragmentada, difusa), acabamos por encontrarnos totalmente desintegrados



En rigor, el concepto de ciudad, tanto con su fisonomía arquitectónica –casas, parques, edificios, cafés- como con la estructura de sus ciudadanos –inmigrantes y transeúntes- queda sin duda plasmado en la obra de José Félix Fuenmayor. Y si se tiene en cuenta, primero, su contexto histórico, o sea el desarrollo de Barranquilla, se puede concluir que este puerto cuenta con un escritor que plasmó sus orígenes dejando testimonio de un pasado que, teniendo en cuenta el contexto literario, estuvo a punto de perderse a causa de la preferencia que por lo rural tenían la mayoría de escritores de la época.

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

-CALVINO, I. ‘‘Las ciudades invisibles’’. Ediciones Siruela, Barcelo, 1998. P. 12.

-Op. Cit. P. 14-

-FUENMAYOR, J.F. ‘‘Con el doctor afuera’’. Instituto Colombiano de Cultura, Bogota, 1973.

-PACHÓN, E. ‘‘El cuento colombiano’’. Editores Colombia Ltda, Bogotá, 1980.

-GIRALDO, L. M. ‘‘Ciudades escritas’’. Convenio Andrés Bello, Bogotá, 2004.

-ROMERO, J. L. ‘‘Latinoamérica, las ciudades y las ideas’’ Siglo Veintiuno Editores, España, 1976.

 

ARCHIVOS VIRTUALES:

-GARCÍA MÁRQUEZ, G. ‘‘José Félix Fuenmayor’’ En: El heraldo, Bogota. Mayo 24, 1957.

-BRUSHWOOD, J.S. ‘‘José Félix Fuenmayor y el regionalismo de García Márquez’’ Traducción: Andrea Trexle


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